viernes, 11 de diciembre de 2009

-/-La creación-/-

En el principio, la nada y el caos. Nacieron luz y oscuridad. Hombre y mujer en su esencia más pura. Entre ambos soplaron vientos de confusión, al cruzarse por vez primera sus miradas. Calma y tempestad. Encontrados al fin tras eras infinitas, el primer día pasó.


Entre susurros y caricias surgieron lazos llamados “tú y yo”. Reavivó mi risa la pasión dormida en tus entrañas, y con ella, el anhelo de tener un cuerpo cálido en tus brazos. Asimismo, entre amaneceres disimulados y atardeceres secretos, la palabra “unión”.

Pasó entonces el segundo día.


De la tierra que pisaban nuestros pies, crecieron altos robles de confianza y comprensión. Abrazo tras abrazo, nuestras bocas enmudecieron lentamente. Surgió entonces el silencio, que como lenguaje único que no necesita explicación, en nuestros labios se instauró. Este fue el tercer día.


Nacieron estrellas y luceros en tus ojos, reflejos del límpido firmamento que se extiende sobre nosotros. Iluminaron la oscuridad que recaía sobre nuestras almas, y renació también un antiguo dolor. Ansias de fusión. Bajo este oscuro velo, transcurrió el cuarto día.


Pasaban los minutos y se multiplicaban las miradas y sonrisas. Sentía como me contemplabas en silencio, dulcemente, cuando me creías distraída. Poco a poco surgió el fuego, y supimos lo que era el deseo. Frente a este descubrimiento, la timidez se manifestó en mí. La fiereza se acrecentó en ti. La expectación y la espera en ambos.

Mientras callabas mis dudosos labios con tu firme boca, el quinto día acabó.


Al más mínimo roce, despertaba la excitación. Ocultos del mundo, y de los ojos que habrían de juzgarnos, aprendimos a buscar en nuestros cuerpos el sagrado alimento. Comimos y bebimos la carne y los fluidos del otro durante horas, sin lograr saciar nuestra hambre y sed. Aun persistían aquellas ansias. Sin embargo, cálidas miradas y sonrisas satisfechas, sellaron el final del glorioso sexto día.


El día séptimo fue para el descanso. Dejamos reposar el cuerpo y nos dedicamos a acariciarnos el alma. Las ansias trascendieron la carne, y comprendimos la inmensidad de nuestro mutuo anhelo. Yo anhelo tus abrazos, tus pasos y tu mirar calmo. Tú deseas mis risas, mis ojos y mis besos calidos. Con mis virtudes, con mis errores. Con tus victorias, con tus defectos.

Al séptimo día, sí, también algo nació .

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